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La Dra. Lindberg explica que hay diversos factores
sociales, culturales y económicos que aumentan el
riesgo de padecer obesidad. Uno de ellos es la dieta, que
ha cambiado mucho durante los últimos 30 años debido
al aumento en el consumo de comida “chatarra”, con alta
proporción de calorías.
En parte -afirma- es una cuestión económica, puesto que
la comida no saludable y que provoca obesidad resulta
muy barata, así que para contrarrestar su consumo, la
comida nutritiva también tendría que hacerse accesible
para la población.
Asimismo, considera que es un asunto cultural, pues
cada sociedad decide si se autoriza o no consumir
ciertos alimentos. Cita el ejemplo del jarabe de maíz
de alta fructosa, que está prohibido en Europa para la
fabricación de refrescos, mientras en Estados Unidos
casi todas estas bebidas se producen con este insumo.
Lindberg señala que los genes y el ambiente interactúan,
por tanto es importante estudiar dicha relación para
conocer todas sus variaciones, ya que algunas de ellas
responden mejor a la intervención del médico.
En la mayoría de éstas, la intervención temprana -desde
la infancia- es vital para lograr que los niños coman
adecuadamente, limiten su consumo de comida chatarra
y se ejerciten más. Si se comienza temprano, asegura,
entonces no se volverán obesos al llegar a la edad adulta.
Por otro lado, recuerda que hay genes relevantes
involucrados en el origen del exceso de peso, de los
cuales la leptina -una hormona producida por las células
grasas del organismo- ha sido el más estudiado.
Los científicos han aprendido mucho al estudiar las
relaciones entre el genoma completo y los genes
individuales, pero lo interesante en el futuro –según
pronostica la bioquímica- será tratar de entender cómo
éstos contribuyen realmente a la obesidad. Se ha
demostrado su influencia, pero aún no sabemos cómo
funcionan, aunque esta relación sea muy estrecha.
Por ejemplo, tenemos a la proteína transmembranal 18
(TM-18): nadie sabe qué hace exactamente, pero es un
importante factor de riesgo.
¿Cuál es el papel de las prohormonas
convertasas?
Las prohormonas convertasas PC1 y PC2 que estudia
la investigadora son muy importantes, ya que están
presentes en casi todos los tejidos y participan en
múltiples procesos fisiológicos dentro del organismo.
Uno de ellos es la producción de hormonas como la
insulina y el pro-glucagón, que son vitales para el control
de niveles de glucosa en la sangre.
Según explica la especialista, la insulina es elaborada
principalmente por PC-1 con un “poco de ayuda” de
PC-2, mientras que el glucagón (que actúa en forma
opuesta a la insulina, es decir, aumenta los niveles de
azúcar cuando están bajos) es obtenido por la acción de
ambas enzimas. Por ello es vital estudiarlas si se busca
un control adecuado de la glucemia.
PC1 y PC2 también intervienen en la regulación de las
sensaciones de apetito y la saciedad -lo que explica la
importancia de su conocimiento para el manejo de la
obesidad- y en la síntesis de neuropéptidos, moléculas
formadas por aminoácidos que funcionan como
“mensajeros” químicos para mantener las conexiones
neuronales en el cerebro y la adecuada señalización de
este órgano.
Lindberg añade que probablemente no hay ninguna célula
que no tenga alguna convertasa que desempeñe una
función importante en el organismo, aunque en realidad,
lo que se conoce de ellas todavía es escaso. Además
ella participó en la obtención de la primera estructura
cristalina de una prohormona convertasa, la furina (que
es la serina endoproteasa mejor caracterizada de la
familia de las pro-proteínas convertasas). Ahora el reto
es repetir el procedimiento para obtener la estructura
cristalina de las otras convertasas.
Finalmente agradecemos a la doctora Martínez por
compartir su encuentro con la Dra. Lindberg para conocer
más de su línea de investigación.
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